Un digno sacerdote
El Martirio Final
El Martirio Final
El bloque 14 había salido para la cosecha de unas parcelas de trigo.
Aprovechando algún descuido de los guardias, un preso se fugó. Por la
tarde, al pasar lista, se descubrió el hecho. El terror congeló los
corazones de aquellos hombres. Todos sabían la terrible amenaza del
jefe: “Por cada evadido, 10 de sus compañeros de trabajo, escogidos al
azar, serian condenados a morir de hambre en el bunker o sótano de la
muerte.
A todos aterrorizaba el lento martirio del cuerpo, la tortura del
hambre, la agonía de la sed. Al día siguiente, los otros bloques siguen
sus faenas diarias. Los del bloque 14 han de quedar en posición de
atención en la explanada bajo el sol calcinante de verano, sin comer ni
beber. Tres horas pasan como la eternidad. El P. Maximiliano, el de los
pulmones agujereados por la tisis, el que acaba de salir del hospital,
siempre débil y enfermizo, resiste de pie, no desmaya ni cae. El solía
repetir: “En la Inmaculada todo lo puedo”. A las 21 horas se distribuyo
la comida. Pero no para el bloque 14. Estos pobres observaron como sus
raciones eran tiradas de las ollas al desagüe. Al romper filas todos van
a catres sabiendo que al día siguiente diez de entre ellos serian
escogidos para el bunquer de la muerte. Ya había ocurrido en dos
ocasiones.
Al día siguiente, a las 18 horas, Fritsch, el comandante del campo,
se planta de brazos cruzados ante sus víctimas. Un silencio de tumba
sobre la inmensa explanada, atestada de presos sucios y macilentos. “El
fugitivo no ha sido hallado… Diez de ustedes serán condenados al bunker
de la muerte… La próxima vez serán veinte”.
Con total desprecio a la vida humana, los condenados son escogidos al
azar. ¡Este!… ¡Aquel!… grita el comandante. El ayudante Palitsch marca
los números de los condenados en su agenda. Aterrorizado, cada condenado
sale de las filas, sabiendo que es el final.
¡Adiós, adiós, mi pobre esposa!.. ¡Adiós, mis hijitos, hijitos huérfanos! dice sollozando el sargento Francisco Gajownieczek.
Las palabras del sargento sin duda tocan el corazón de muchos presos,
pero en el corazón del padre Kolbe hacen más. Mientras los diez
condenados responden al grito: “¡Quítense los zapatos!”, porque deben ir
descalzos al lugar del suplicio; de improviso ocurre lo que nadie podía
imaginarse.
He aquí los testimonios de los que estaban presentes:
“Después de la selección de los diez presos atestigua el Dr. Niceto
F. Wlodarski, el P. Maximiliano salió de las filas y quitándose la
gorra, se puso en actitud de ¡firme! ante el comandante. Este
sorprendido, dirigiéndose al Padre, dijo: “Que quiere este cerdo
polaco?”. “El P. Maximiliano, apuntando la mano hacia F. Gajownieczek,
ya seleccionado para la muerte, contesto: “Soy sacerdote católico
polaco; soy anciano; quiero tomar su lugar, porque el tiene esposa e
hijos…”.
“El comandante maravillado, pareció no hallar fuerza de hablar.
Después de un momento, con un gesto de la mano, pronunciando la palabra
¡Raus! ¡Fuera!…, ordeno a Gajowniczek que regresara a su fila. De este
modo, el P. Maximiliano María Kolbe tomo el lugar del condenado”.
“El sacrificio del P. Kolbe, provocó la admiración y el respeto de
los presos”, (Sobolewski). “En el campo casi no se notaban
manifestaciones de amor al prójimo. Un preso rehusaba a otro un mendrugo
de pan. En cambio, el había dado su vida por un desconocido” (Dr.
Stemler)
Bruno Borgowiec, un polaco encargado de retirar los cadáveres, dio
su testimonio: “Después de haber ordenado a los pobres presos que se
desnudaran completamente, los empujaron en una celda. En otras celdas
vecinas ya se hallaban otros veinte de anteriores procesos. Desde ese
día no tuvieron ni alimentos ni bebidas”
“Diariamente, los guardias inspeccionaban y ordenaban retirar los
cadáveres de las celdas. “Desde las celdas donde estaban se oían
diariamente las oraciones recitadas en voz alta, el rosario y los cantos
religiosos, a los que se asociaban los presos de las otras celdas.
“El P. Maximiliano se comportaba heroicamente. Nada pedía y de nada
se quejaba. Daba ánimo a los demás. “Por su debilidad recitaba las
oraciones en voz baja.
Así pasaron dos semanas, mientras tanto los presos morían uno tras
otro. Al término de la tercera semana, solo quedaban cuatro, el P. Kolbe
entre ellos.
A las autoridades pareció que las cosas se alargaban demasiado. La
celda era necesaria para otras víctimas. “Por esto, un día, el 14 de
agosto, condujeron al director de la sala de enfermos, el criminal Boch,
el cual propino a cada uno una inyección endovenosa de ácido fénico.
“En el campo por meses se recordó el heroico acto del sacerdote. Durante
cada ejecución se recordaba el nombre de Maximiliano Kolbe.
“La impresión del hecho se me grabó eternamente en la memoria”.
El padre Kolbe venció al mal con el poder del amor. Murió tranquilo,
rezando hasta el último momento. Según el certificado de defunción del
campo, P. Maximiliano María Kolbe falleció a las 12:50 del 14 de agosto
de 1941. Tenia 47 años.”