El formador debe saber crear, alrededor de quien educa, un clima de amor, de alegría, de estudio, de piedad y de amistad: “El
mejor método de educación es el amor a vuestros alumnos, vuestra
autoridad moral, los valores que encarnáis. Este es el gran compromiso
que asumís, antes que nada, ante vuestra conciencia”. (Juan Pablo II,
Aguascalientes, mayo de 1990)
El amor se presenta como entrega total a los alumnos e implica,
además estar con ellos mucho tiempo, afrontar el sacrificio de la
incomprensión que implica muchas veces la propuesta de la verdad. No se
trata sólo de pensar que se está amando, cada discípulo ha de sentirse
auténticamente amado por quien lo forma; a tal grado esto, que ante los
ojos del educando, el formador no será solo visto como un “superior”, sino como un padre, un amigo, un hermano.
En este sentido, el testimonio del formador consiste en proponer a
los alumnos la figura de una persona que encarne, no solo intelectual
sino vivencialmente los valores humanos, cristiano y apostólicos que
quiere dar a conocer a quien educa.
a) Firmeza en la exigencia, suavidad en la forma.
Quizá una de las fórmulas educativas que más debería recordar todo
formador es la concentrada en el adagio clásico: Suaviter in forma,
fortiter in re: firmeza en la exigencia, suavidad en la forma. No se
trata de la simple contraposición de dos opuestos; ambos elementos son
expresión de una misma intencionalidad.
En ocasiones el servicio de autoridad requerirá firmeza en la
exigencia. Cuando cuesta trabajo exigir, pueden ayudar las palabras del
Señor al profeta Ezequiel: «Por no haberle advertido tú… yo te pediré
cuentas a ti. Si por el contrario adviertes al justo …vivirá él por
haber sido advertido, y tú habrás salvado tu vida». (Ez 3, 20-21)
Para saber exigir, es necesario que el formador sea humilde,
ya que la humildad hará que no actúe por quedar bien ante los alumnos, o
que el respeto humano frene su acción por buscar el aprecio de los
demás, y evitar todo lo que pudiera desfigurar su imagen de persona
“abierta” y “buena gente”. Esto trae como consecuencia que no se logre
la confianza real de los jóvenes que quieren formarse y buscan un guía
claro y firme.
Pero también se requiere de la humildad profunda para que la firmeza
de la exigencia no se convierta en dureza. La brusquedad no guía, aleja.
La firmeza de fondo es verdaderamente educativa cuando se une a la
suavidad en la forma.
El formador tiene que ser completamente dueño de sí para no
dejarse llevar por el orgullo, la impaciencia o el enojo en el trato con
su equipo o sus alumnos.
La humildad profunda y el interés genuino por el bien de los alumnos a
él confiados le permitirán dominarse en momentos en los que quizá sería
más fácil desahogarse con una salida brusca o imponer su fuerza de
voluntad. Esta misma actitud le ayudará a saber esperar el mejor momento
para poder acercarse, dialogar y solucionar problemas.
Es importante tener en cuenta que nunca se debe dar un trato
despectivo o irónico por parte de los formadores y mucho menos de una
manera pública. El mejor modo de ganarse el respeto de los alumnos es
tratarlos con respeto sincero.
Por último, guiar la formación integral de los jóvenes es también
impulsarla. El formador nunca debe ser un freno, sino saber moderar y
encauzar la creatividad e iniciativa de sus alumnos fomentando la
iniciativa, el esfuerzo y el trabajo en equipo. Para poder formar, debe
hacerse en gerundio: formando, y esto se da a través de la
responsabilización y acción de los alumnos.
b) Conocer profundamente a cada uno.
Ahora bien, para que el formador pueda actuar debida y atinadamente
resulta indispensable que tenga un conocimiento profundo de cada uno de
sus formandos.
Este conocimiento servirá para ayudar mejor al equipo de trabajo, los
niños y jóvenes, para poder salir al paso de sus dificultades, para
aplicar los recursos adecuados para hacer referencia a las motivaciones
que más le llegan a cada uno y para cumplir de manera eficaz en su labor
de fermento dentro del colegio.
Conocer a cada uno es conocer su temperamento, sus cualidades
naturales, sus aptitudes. Es bueno también interesarse por la vida y el
entorno familiar tanto del equipo de trabajo como de los niños y
jóvenes del colegio.
No se trata de un conocimiento adquirido de una vez para siempre. El
interés sincero por el formando le impide “etiquetarlo” superficialmente
basándose en alguna observación momentánea o, peor aún, dejándose
llevar por el “se dice”. Al contrario, tratará de conocerlo
personalmente, atento siempre a su situación presente, sin prejuicios de
ninguna clase. Así podrá ajustar su proceder, día a día, especialmente
cuando haya algún problema particular. Podrá escoger los recursos
necesarios no sólo para esta persona, sino para esta persona aquí y
ahora.
En este punto toma gran importancia el trabajo de equipo de los
profesores y formadores, ya que pueden ayudarse a conocer mejor a los
alumnos, pero cuidándose siempre de comunicar las cualidades y aptitudes
o dificultades específicas con el fin de ayudar. Nunca comunicar los
defectos que puedan predisponer al nuevo profesor o formador. Un medio
imprescindible para este fin es el diálogo personal con cada uno y la
observación concreta de comportamiento individual.
El formador dentro del colegio debe aprovechar todas las
oportunidades que la vida escolar le ofrece para ello. La convivencia en
los recreos, el apoyo en las actividades deportivas, la compañía en las
actividades del colegio aunque no sean de responsabilidad directa del
grupo o departamento que se tiene a cargo, etcétera.
El buen pedagogo y formador no sólo busca conocer al alumno, sino que
le ayuda también a que él se conozca a sí mismo. Es una de las mayores
aportaciones que el formador puede hacer sobre todo a los jóvenes.
c) El formador debe ser cercano y accesible.
El formador debe ser una persona cercana y accesible. Cercanía significa convivir con los alumnos, estar
con y entre ellos; acompañarles en las celebraciones litúrgicas, en los
momentos de recreación, en las actividades deportivas o culturales, etcétera.
El buen formador no se conforma con estar con los alumnos o
profesores únicamente durante los momentos que marcan sus
responsabilidades de trabajo, sino que busca estar en todos aquellos
momentos que pueden ser propicios para acompañar y formar, con la
palabra y el ejemplo.
Actividades o momentos que para nosotros pueden parecer
intrascendentes, una competencia deportiva, un juego, la proyección de
una película etc. Para los niños y jóvenes pueden ser de gran
importancia y crea una cercanía muy especial cuando el formador se
integra e interesa por la actividad. Estos momentos ayudan a tener más
oportunidad de escucharlos de manera más espontánea y conocerlos mejor.
Es importante escuchar lo que dicen, recordar lo que preguntan u
opinan, retomar conversaciones anteriores mostrando interés y
conocimiento de cada uno. Estos momentos pueden dar lugar a
acercamientos de tipo personal mediante un consejo específico, la
recomendación de un libro, etcétera.
Mostrarse accesible es estar siempre dispuesto a tratar sus asuntos y
a escucharles con atención, y siempre se debe tener presente que una de
las cosas que más se aprecian de los demás, es que muestren interés por
uno.
d) Universalidad en el trato.
Un punto al que todos los alumnos suelen ser muy sensibles es a la universalidad en el trato por parte del formador.
Todo lo que parezca exclusivismo o favoritismo es perjudicial y
viceversa: un trato substancialmente igual para todos favorece la
confianza de cada uno porque demuestra que el formador no se deja guiar
por simpatías o antipatías, sino por su deseo sincero de ayudar a cada
uno según sus necesidades.
Es natural que el formador se entienda más fácilmente con unos que
con otros. Hay jóvenes agradables en su trato, abiertos y amables, otros
menos. Pero debe esforzarse siempre por estar igualmente disponible
para todos.
Trato universal no significa trato anónimo o
despersonalizado. Interesarse por todos significa interesarse por cada
uno y actuar conforme a sus particularidades, sus necesidades, sus
circunstancias actuales.
e) Comprender y aceptar a cada uno como es.
El buen formador debe saber comprender y aceptar a cada uno como es.
Es inútil y perjudicial pretender que sea perfecto, que sea como al
formador le gustaría que fuera.
Comprender significa entender las circunstancias y el nivel de
desarrollo de cada uno. El buen formador conocerá las características de
los niños y de los adolescentes para poder lograr de cada uno lo mejor.
También es muy necesario ser paciente y no desesperar. Los niños y
jóvenes deberán ir creciendo y madurando a lo largo de toda su estancia
en el colegio. Formar a una persona es una labor que no se consigue en
un día. De hecho, la formación de una persona continua durante toda su
vida. Hay que recordar que se está formando para que la persona pueda
cumplir con una determinada misión que le tomará toda la vida.
Así como a un niño pequeño no se le exige ni se le fuerza a resolver
complicados problemas o a leer textos largos pues se comprende su nivel
de desarrollo, de la misma manera, en la formación integral se debe
caminar al paso de la persona, acompañándole, guiándole y enseñándole a
caminar por sí misma.
De igual manera, el formador paciente sabe esperar la hora de Dios y adaptarse al ritmo de su gracia.
Comprende que tiene que ser el mismo formando quien entienda y acepte
libremente lo que se le propone. Si percibe que el alumno se encuentra
en un momento difícil y es incapaz en ese instante de entender o aceptar
algo, no debe tener prisas, ni presionar o precipitarse. Espera a que
llegue un momento más propicio.
Es necesario estar consciente de que en labor de la educación
integral en muchas ocasiones tocará sembrar sin ver los frutos. Hay que
saber esperar y trabajar con la confianza de que esta noble labor, unida
a la acción de la gracia, dará los frutos que se esperan.
f) Prudencia
Todo esto requiere de una buena dosis de prudencia. No se pueden
formular reglas precisas sobre cómo conviene comportarse con cada
persona en cada situación particular. Es la virtud de la prudencia la
que ayuda a aplicar los principios generales a los casos particulares.
La prudencia exige del formador reflexión, discernimiento, análisis
sereno de las circunstancias. No se trata solamente de un modo natural
de ser. Es algo que el formador puede y debe ir adquiriendo y
perfilando, sobre todo con su esfuerzo diario por actuar en la práctica
de modo prudente.
g) Reconocer la etapa de madurez y el contexto del formando y actuar de acuerdo con sus características.
Es posible que el infante requiera principalmente un trato de
confianza y protección por parte de su formador, de tal suerte que éste
deberá ser un modelo “presente y cercano”, “afectuoso y paciente”, con
gran imaginación y dinamismo.
Lo más seguro es que el adolescente requiera principalmente de su
formador carácter, firmeza y seguridad. El formador deberá ser paciente
sin claudicar en la exigencia.
Por último, los jóvenes esperan de su formador el carisma, el ascendiente, el liderazgo.
El formador deberá luchar por mostrarse seguro, alegre y disponible.
Debe demostrar un pensamiento profundo, sus argumentaciones deben ser
lógicas y rectas.
Catequistas y Evangelizadores
Ser catequista
La formación del catequista
Autor: Centro de Asesoría Pedagógica
Fuente: catholic.net
Ser catequista
La formación del catequista
Autor: Centro de Asesoría Pedagógica
Fuente: catholic.net