La fiesta de hoy, con la que concluye el tiempo navideño, nos brinda
la oportunidad de ir, como peregrinos en espíritu, a las orillas del
Jordán, para participar en un acontecimiento misterioso: el bautismo de
Jesús por parte de Juan Bautista. Hemos escuchado en la narración
evangélica: “mientras Jesús, también bautizado, oraba, se abrió el
cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y se escuchó
una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo predilecto, en ti me complazco”" (Lc 3, 21-22).
Por tanto, Jesús se manifiesta como el “Cristo”, el Hijo unigénito, objeto de la predilección del Padre.
Y así comienza su vida pública. Esta “manifestación” del Señor sigue a
la de Nochebuena en la humildad del pesebre y al encuentro de ayer con
los Magos, que en el Niño adoran al Rey anunciado por las antiguas
Escrituras.
2. También este año tengo la alegría de administrar, en una
circunstancia tan significativa, el sacramento del bautismo a algunos
recién nacidos. Saludo a los padres, a los padrinos y madrinas, así como
a todos los parientes que los han acompañado aquí.
Estos niños se convertirán dentro de poco en miembros vivos de la
Iglesia. Serán ungidos con el óleo de los catecúmenos, signo de la suave
fuerza de Cristo, que se les infundirá para que luchen contra el mal.
Sobre ellos se derramará el agua bendita, signo eficaz de la
purificación interior mediante el don del Espíritu Santo. Luego
recibirán la unción con el crisma, para indicar que así son consagrados a
imagen de Jesús, el Ungido del Padre. La vela encendida en el cirio
pascual es símbolo de la luz de la fe que los padres, los padrinos y las
madrinas deberán custodiar y alimentar continuamente, con la gracia
vivificadora del Espíritu.
Por consiguiente, me dirijo a vosotros, queridos padres, padrinos y
madrinas. Hoy tenéis la alegría de dar a estos niños el don más hermoso y
valioso: la vida nueva en Jesús, Salvador de toda la humanidad.
A vosotros, padres y madres, que ya habéis colaborado con el Señor al
engendrar a estos pequeños, os pide una colaboración ulterior: que
secundéis la acción de su palabra salvífica mediante el compromiso de la
educación de estos nuevos cristianos. Estad siempre dispuestos a
cumplir fielmente esta tarea.
También de vosotros, padrinos y madrinas, Dios espera una cooperación
singular, que se expresa en el apoyo que debéis dar a los padres en la
educación de estos recién nacidos según las enseñanzas del Evangelio.
3. El bautismo cristiano, corroborado por el sacramento
de la confirmación, hace a todos los creyentes, cada uno según su
vocación específica, corresponsables de la gran misión de la Iglesia.
Cada uno en su propio campo, con su identidad propia, en
comunión con los demás y con la Iglesia, debe sentirse solidario con el
único Redentor del género humano.
Esto nos remite a cuanto acabamos de vivir durante el Año jubilar. En
él la vitalidad de la Iglesia se ha manifestado a los ojos de todos.
Este acontecimiento extraordinario ha legado como herencia al cristiano
la tarea de confirmar su fe en el ámbito ordinario de la vida diaria.
Encomendemos a la Virgen santísima a estas criaturas que dan sus
primeros pasos en la vida. Pidámosle que nos ayude ante todo a nosotros a
caminar de modo coherente con el bautismo que recibimos un día.
Pidámosle, además, que estos pequeños, vestidos de blanco, signo de
la nueva dignidad de hijos de Dios, sean durante toda su vida cristianos
auténticos y testigos valientes del Evangelio. ¡Alabado sea Jesucristo!
Santo Padre Juan Pablo II
Domingo 7 de enero de 2001