Beato Juan Pablo II |
Homilía del Beato Juan Pablo II en el Pontificio Colegio Escocés de Roma (3-VI-1984)
Hoy celebra la Iglesia la vida que Jesús vive en el cielo con su Padre y en unión con el Espíritu Santo. Hoy la Iglesia proclama la gloria de Cristo su Cabeza y la esperanza que colma a todo el Cuerpo místico. Precisamente porque somos el Cuerpo de Cristo, tomamos parte en la vida celestial de nuestra Cabeza. La Ascensión de Jesús es el triunfo de la humanidad, porque la humanidad está unida a Dios para siempre, y glorificada para siempre en la persona del Hijo de Dios. Cristo glorioso jamás permitirá ser separado de su Cuerpo. Estamos ya unidos a Él en su vida celestial porque ha ido por delante de nosotros como Cabeza nuestra. Además, Cristo nos confirma el derecho de estar con Él y desde su trono de gracia infunde constantemente la vida su propia vida en nuestras almas. Y el instrumento de que se vale para hacerlo es su propia humanidad glorificada, con la que estamos unidos por la fe y los sacramentos.
Hoy celebra la Iglesia la vida que Jesús vive en el cielo con su Padre y en unión con el Espíritu Santo. Hoy la Iglesia proclama la gloria de Cristo su Cabeza y la esperanza que colma a todo el Cuerpo místico. Precisamente porque somos el Cuerpo de Cristo, tomamos parte en la vida celestial de nuestra Cabeza. La Ascensión de Jesús es el triunfo de la humanidad, porque la humanidad está unida a Dios para siempre, y glorificada para siempre en la persona del Hijo de Dios. Cristo glorioso jamás permitirá ser separado de su Cuerpo. Estamos ya unidos a Él en su vida celestial porque ha ido por delante de nosotros como Cabeza nuestra. Además, Cristo nos confirma el derecho de estar con Él y desde su trono de gracia infunde constantemente la vida su propia vida en nuestras almas. Y el instrumento de que se vale para hacerlo es su propia humanidad glorificada, con la que estamos unidos por la fe y los sacramentos.
No sólo tomamos parte nosotros la Iglesia en la vida de la Cabeza glorificada, sino que Cristo Cabeza comparte plenamente la vida peregrinante de su Cuerpo y la dirige y canaliza hacia su recto fin en la gloria celestial. Y cuanto más unidos estéis, hermanos míos, con Cristo en el misterio de su Ascensión, más sensibles seréis a las necesidades de los miembros de Cristo que luchan con fe por alcanzar la visión de la inmutabilidad de Dios en la gloria.
Ascensión y misión evangelizadora
Desde su lugar glorioso Jesús es para siempre. Mediador nuestro ante
el Padre y comunica a su Cuerpo la fuerza de vivir totalmente, como Él
para el Padre. Levantado a la diestra de Dios como Jefe y Salvador,
Jesús distribuye perdón a la humanidad (cfr. Hch 5,31). En el misterio
de la Ascensión, Jesús cumple el papel sacerdotal que le ha asignado el
Padre: interceder por sus miembros, “pues vive siempre para interceder
en su favor” (Heb 7,25).
Por el poder inherente a la celebración litúrgica de Cristo glorificado seréis capaces de cumplir dignamente su último mandato de evangelizar, dado antes de la Ascensión: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28,19-20). Existe una conexión real entre la gracia que os infunde Jesús hoy en el corazón y vuestra futura misión de heraldos de su Evangelio. Ningún apóstol puede olvidar que la Ascensión está unida al hecho de que el Espíritu Santo vendrá y Cristo seguirá presente a través de la palabra y del sacramento. Toda vuestra misión consiste en hacer presente a Cristo.
Fe y esperanza
Bajo muchos aspectos la solemnidad de la
Ascensión es algo muy personal para vosotros. Al revelarse en gloria,
Jesús refuerza vuestra fe en su divinidad. Os intima a creer en Aquel
que ha sido quitado de vuestra vista. Al mismo tiempo, la fiesta
se transforma para vosotros en una
celebración de esperanza y confianza porque habéis aceptado la proclamación del ángel y estáis plenamente convencidos de que “el mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse” (Hch 1,11). Mientras tanto sabéis que permanece con vosotros, envía su Santo Espíritu para que more en su Iglesia y por medio de su Iglesia os hable y mueva el corazón. Tenéis confianza porque sabéis que “aparecerá por segunda vez, sin ninguna relación al pecado, para salvar definitivamente a los que lo esperan” (Heb 9,28).
Cuanto más centréis la atención en Cristo glorificado en el cielo,
más caeréis en la cuenta de que toda sabiduría, santidad y justicia
pertenecen a Él y se encuentran en Él. Y de este modo la fiesta resulta
ocasión de gran humildad. La redención y santificación se deben a su
acción y palabra. El plan de salvación revelado por Él trasciende toda
sabiduría humana y merece reverencia y respeto profundos. Ante el
misterio de la Revelación divina, la poquedad humana resulta muy
evidente. La inteligencia humana, con todo su noble proceso de
razonamiento, aparece con sus limitaciones y su necesidad de ser ayudada
por el misterio del Magisterio de la Iglesia, a través del cual el
Espíritu de Cristo vivo da una certeza que la inteligencia humana jamás
puede garantizar. Y también por esto la Iglesia con San Pablo en esta
liturgia de la Ascensión pide que recibáis de Dios el espíritu de
sabiduría y entendimiento de lo que él mismo revela a su Iglesia (cfr.
Ef 1,17). Sí, desde su trono de gloria el Verbo encarnado os dirige y os
forma mientras os preparáis a su sacerdocio.
En el poder de la Ascensión del Señor, que es vuestra fuerza hoy,
renovad la entrega, queridos hermanos, a vuestra obra sacerdotal, a
vuestra llamada especial a consagrar la juventud y la vida entera a
proclamar y construir el reino de los cielos, y así dar gloria a Él, que
reina para siempre a la diestra del Padre en la unidad del Espíritu
Santo. Y nuestra bendita Madre María, unida al triunfo de su Hijo
mediante su Asunción, os sostenga mientras esperáis con gozosa confianza
la venida de nuestro Salvador Jesucristo.
Amén.